Hacía falta poco, un par de miradas, algún que otro beso travieso, y el resto surgía solo.
Los corazones latían tan fuerte que tenían suerte de que alguno no se le saliese de su lugar, el pecho, las manos nerviosas, deseando tocar y descubrir, experimentar y ver lo que eran capaces de hacer, los labios, ágiles y rápidos, frenéticos por morder, besar y miles de cosas más. Y los adolescentes, los adolescentes nerviosos, excitados, centrados y locos. Locos por seguir más allá, por hacerse adultos. Por descubrir emociones "prohibidas" a esas edades, querían volverse locos esa noches, tan locos como estaban el uno por el otro.
El tiempo pasaba, como siempre, pero para ellos en aquella habitación se había estancado en el momento, en el que decidió apartar todas las barreras y levantar aquella fina blusa color coral que guardaba el mejor tesoro de una mujer. Sabían que había llegado el momento, un par de besos por el cuello, unos gemidos a modo de placer y unas manos traviesas que se escondían dentro de los pantalones. Después las cosas empezaron a ir rápido, comenzaron a quitar todo lo que les cubría las carnes, hasta que quedaron desnudos por completo el uno sobre el otro, no hicieron falta palabras para seguir, hasta que todo terminó, ella sonreía y él comprendió que se había enamorado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario